La mente está más allá de la cabeza. Y un poco más acá de la conciencia. Es la espesa capa de ideas-emociones que se conjugan para articular una vida, que late como el corazón, pero que se mueve a la velocidad de la luz. Un estímulo que es procesado a velocidades increíbles, con mecanismos automáticos y emociones reactivas, que se disparan si uno no está en sus cabales.
La mente supera a lo intelectual. Vive más allá de las ideas y los conceptos. Tiene una tridimensionalidad que le da una profundidad oceánica al mundo creado. Mientras lo pensado, solo se mueve en dos dimensiones, la dimensión de la lógica (en el espacio) y de la educación (en el tiempo). Pierde el tremendo e intenso color que le da lo emocional, vivido desde lo mental. Aquello que le otorga una cualidad “subjetiva” a la visión, a la forma de pensar, al estilo personal. Lo que determina la posición, o la postura frente al mundo. El “aquí estoy parado”. La conciencia, por otro lado, es esa centésima de segundo, en que el mundo recobra un sentido. Se vuelve leído. El “darse cuenta”. Ese segundo de introspección, siempre y cuando hablemos de la “conciencia” entendida en Occidente. Pues en Oriente, tiene otras dimensiones, más semejantes a las planteadas acá en el concepto de “mente”.
Obviamente, sin la cabeza y sin la conciencia no hay manera de construir una mente. Porque necesita de los pilares para sostenerse. Pues tiene una estructura que crece en forma constante. Un crecimiento exponencial, que no tiene una dirección pre-determinada, ni lineal ni lógica. Pero si entendible. Si predecible, según las líneas que la constituyen, según los pilares subjetivos que se combinan con el mundo emocional, que crece a la par. Desde allí, es que se puede cambiar. Siempre. Por eso la educación debe cambiar su orientación, porque el desarrollo de lo intelectual sin una formación humana no lleva a que la persona haga un despliegue adecuado de su naturaleza.
La mente despliega sus recursos, pero pocos saben hasta dónde es capaz de llegar. Una ola que comienza de un lado del océano, puede tranquilamente llegar hasta las costas del otro lado. Con sólo pensarlo. Y saber de sus certezas. Sin dudarlo, ni perezas en mano. Una mano puede mover montañas, si en esa mano se concentra la voluntad plena de esa mente que lo desea, profunda-mente. La acción concreta de una mente que se potencia y se unifica con el objetivo, siendo uno en sí mismo.
Si lo va a pensar o a cuestionar, lo empieza a debilitar.
Y la mente se dispersa. Por eso la gente parece que no creciera, porque se llena de miedos, que en realidad son dudas emocionales, intrigas e incertidumbres que esperan una confirmación externa. Cuando saben que la realidad externa es un reflejo, casi un espejo, de la realidad interna pensada. Y proyectada a través de los ojos.
El mundo está creado por la mente. Y no es una psicologización de la realidad. Ni nada parecido. Deténgase un segundito a ver si su mirada es “tan real y objetiva” como piensa. Ya al leer, se entera, que nada es objetivo, ni concreto ni real. Todo está sujeto a esa maquinaria que llamamos “mente”. Mente-emocional, una unidad que no es divisible por dos. Por más que logremos disociar, ni siquiera es una unión matrimonial. Es una unión natural.
Somos uno en todos los sentidos.
Como conclusión le digo que por más que no me haya entendido, sé que el mensaje llegó.
Así funciona la mente. La suya unida a la mía, y a la de todos los demás. Si se permite sentir, escuchará las millones de voces que lo están llamando.
Y suena el teléfono. Es uno de ellos.